11/02/17 – UNA chiquilla como de tres años corría en culero por la sala de su casa en Villa Carolina, Puerto Rico. Con curiosidad se paraba frente al enorme tocadiscos que más bien parecía un enorme mueble, mientras escuchaba alegremente las melodías de la autoría del legendario Burt Bacharach (como sabría décadas después). Esa pequeña…era yo. Y la voz que entonaba los temas…pertenecía la imperecedera Dionne Warwick.
Es increíble cómo se ponen de relieve recuerdos anidados en el cofre de las memorias, sin que tengamos necesariamente consciencia de este fenómeno. Me tocó vivirlo, tras ser testigo del encuentro que tuvo la artista de Nueva Jersey con su fanaticada puertorriqueña (el pasado jueves en el Centro de Bellas Artes Luis A. Ferré). Pero esta historia no es sobre mí. Se trata del retorno de la que para otras generaciones es “la prima de Whitney Houston”…y de su presentación aquí, en clave de máquina del tiempo.
Tras la presentación del acto de apertura (a cargo de Rubén Emmanuelli y su grupo Organic Party), cerca de las 9:00 de la noche arribó al escenario quien iniciara su carrera como cantante de gospel. Antes de vocalizar la primera nota, Dionne Warwick se mostró agradecida por el recibimiento. Señaló que hacía muchos años que no se presentaba en la Isla e instó al público a participar activamente del recital, sentarse cómodo, relajarse y disfrutar (“Sit back, relax and enjoy”). Y es que la artista desarrolló una atmósfera cálida, hogareña, casi como si estuviéramos en las salas de nuestras respectivas casas y alguien rompiera a cantar sin mayores aspavientos. Esa es la cualidad de la intérprete de “Heartbreaker”: canta suavecito, como si no conllevara mayores esfuerzos y su garganta fuera el refugio indiscutible de una gran paz. Eso, a pesar de que determinados temas abordan penas del corazón.
Abrió con “Walk On By” a la que siguió “Anyone Who Had A Heart”. Aplausos y palmadas ancladas en la nostalgia corearon la emblemática “I’ll Never Fall In Love Again”. Poco después escuchamos la archifamosa “This Girl’s in Love With You”, siempre dulce en todas sus versiones, incluso en varios idiomas.
Con la audiencia, mayormente sexagenaria and plus ya en el bolsillo, procedió a presentar la próxima melodía confesando que estaba “muy cerca de mi corazón”. (“Será otra forma de acercarme a este tema… me he tomado esa libertad para darle otra personalidad”, reiteró).
Así sus cuatro músicos la acompañaron en un arreglo más lento de la conocidísima “I Say a Little Prayer for You”. Y aunque esta entrega no contaba con la energía sesentosa de la original, Dionne recibió calurosos aplausos, vítores a granel y hasta uno que otro grito de “you go girl!”.
Con un aire de intimidad, se sentó en un taburete para entonar “Alfie”, tema central de la popular cinta que protagonizara Michael Caine.
La atmósfera dio un vuelco cuando pasó a una especie de la segunda parte del espectáculo.
“Existe un lugar al que considero mi segundo hogar. Es mágico, espiritual y místico. Se trata de Brasil. Si alguna vez pueden tomar vacaciones, háganse un favor y lleguen allí… aunque pensándolo bien, eso podría bien ser en Puerto Rico… hmm”, planteó ante las risas de la concurrencia.
Agregó que todo el que se sintiera inclinado “a mover algo, hágalo”. (“Si no se mueven oyendo este tipo de música…seguro que es porque están muertos”, agregó).
De este modo dio paso a “Brasil (pra mim)” y al éxito mundial “Aguas De Março”, interpretadas alternando el inglés con el portugués. Los toques de bossa nova y samba continuaron para aderezar porciones de su éxito “Do You Know The Way To San José” que también complementó con aire tropicales al piano.
Luego de presentar a los integrantes de su grupo y de relatar que Sammy Davis Jr. fue su mentor como entertainer en Las Vegas, se gestó uno de los momentos culminantes de la noche. Dionne, cuya voz conserva el grueso de los quilates de antaño, enardeció a su público al entonar “I’ll Never Love This Way Again”, lo que le valió una ovación de pie y el coro de los que poblaron aproximadamente tres cuartos de la Sala de Festivales. La presentación le dejó un ramillete de flores violeta en las manos, obsequio de un ferviente fanático.
El ambiente continuó animadísimo con “What the World Needs Now (is Love, Sweet Love)”, que para otras generaciones siempre será “la canción del programa de Tío Nobel”. A partir de un arreglo que permitió que el público participara y coreara solito (recurso del que afortunadamente, Warwick no abusó durante la velada), se produjo la segunda ovación de pie. Pero no fue la definitiva. Ésta llegó para el gran cierre de la noche, al son de lo que ya prácticamente es un himno a la amistad: “That’s What Friends Are For”. Con este tema, la eterna musa de Bacharach y Hal David, se despidió consignando que esperaba que “la hayan pasado tan bien como yo”.
Entonces asistentes volvieron a la realidad del hoy y el ahora. El recorrido por la vía musical de la década del sesenta y el ochenta, había quedado atrás… como la infancia y adolescencia que se habían desplazado por hora y pico, hacia mis neuronas. Y tengo la más absoluta certeza de que a muchos allí… le sucedió exactamente lo mismo.
Por Nancy Piñero Vega
(Fotos: Carlos Pagán Mediavilla)