06/09/16 – “¿SERÁ verdad que este es el último?”. Era esta la interrogante entre los grupos que compartían en las áreas de espera o entre las filas de sillas de Arena, ya ocupadas en el Coliseo de Puerto Rico anoche sábado 5 de septiembre. Causaba júbilo el reencuentro con Rubén Blades en lo que sería – como el mismo confeso “honestamente” durante la conferencia de prensa – quizás su penúltimo concierto.
Y otra vez volvió a llenarse de aplausos cuando salió al escenario a las 8:34 de la noche para interpretar “Parao”, el primero el en repertorio de 32 canciones que luego se redujo a 27, tras llegar la medianoche.
“Parao como Puerto Rico”, exclamó Rubén en alusión a la crisis fiscal que enfrenta el País, dando paso a un recorrido musical de su carrera con “Caminando, Adiós y Gracias”.
Luego de vocalizar el segundo tema de la noche, “Caminando”, el cantautor aceptó que se sentía sobrecogido ante un público que ocupaba todos los rincones del recinto.
“Si ven que de pronto me callo es por la emoción”, dijo.
Pero no se calló. Agradeció las oportunidades recibidas a todos sus compañeros de la música, y nuevamente recalcó el talento tan grande habido en esta tierra. Acto seguido, comenzó a contar historias alusivas a las canciones que iba interpretando. Unas más extensas que otras, pero siempre validando los nombres y hombres que formaron parte de cada una tales crónicas.
En “Guaracha y Bembé”, por ejemplo, de Cheo Feliciano, “the one and only”, lo dedicó a su viuda Coco Prieto, quien se encontraba en las primeras filas junto a uno de sus hijos y nietos. Popularizados por Cheo, también cantó “La Palomilla”, seguido del bolero “Apóyate En Mi Alma”, vocalizado por Santitos Colon con la orquesta de Tito Puente.
Tite Curet Alonso, en la vida de Rubén Blades, es un tema grande y aparte. Tiene que haber sabido el artista panameño la gran admiración y cariño que le tenía este insigne compositor puertorriqueño. Precisamente, dos temas en el repertorio fueron de Tite: “El Cazanguero” y “Vale Más Un Guaguancó”.
“Lo conocí el mismo día que conocí a Roberto Roena en la casa de Cheo. Tenía ganas de hablar, pero no me atreví. Terminamos conversando por tres horas sobre la música de Brasil”, contó.
Entre pausas, más historias, nombres y la gente que todavía seguía llegando al coliseo… Rubén tiene que haber sentido hambre en ese momento porque de repente pasó a rendir tributo al pionono que se cocina en Puerto Rico.
“Fue lo primero que comí cuando llegué a este País. ¡Pionono! No sabía qué era. Ustedes deben patentar lo que podría acabar con la deuda de aquí”, sugirió provocando carcajadas.
Correspondió luego el turno al éxito “Paula C”, un gran amor de Rubén en una de sus primeras etapas en Nueva York. A este tema le siguió otro de los que alcanzó gran popularidad: “Pablo Pueblo”.
“Nadie llega al éxito solo, yo le debo a mucha gente y mi vida será de agradecimiento total a mucha gente. El interior del éxito está formado por llanto y decepción. Uno agradece las cosas. Y esta canción nunca la hubiera podido grabar con nadie que no era Willie Colón. A pesar de nuestras diferencias merece todo mi respeto de mi parte por su trabajo”, enfatizó provocando aplausos por el reconocimiento y sorprendiendo a otros por los conflictos que han malogrado la amistad y la unión profesional.
Siguió a continuación la canción “Ojos”, el único tema en el disco “Siembra” que no es de su autoría, y que cataloga como “excelente”. (“Siempre me animó en mi vida personal y en mi vida pública”, dijo).
Bajo el fuego de los aplausos sonó “Buscando Guayaba”, tema que sirvió para saludar entre el público a Bobby Valentín, quien al día siguiente, horas antes de su partida, se reencontraría con Rubén para conversar sobre varios asuntos. Pero antes, sorprendió a la gente al comentar que “por ahí hay un cantante de música pop llamado Añadí”, echando mano al escandaloso tema del exrecaudador de fondos del Parido Popular Democrático.
En este punto del espectáculo que transcurría en un ambiente de alegría desbordante, Rubén cantó “Juan Pachanga” y luego anunció la interpretación de “Pedro Navaja” con un arreglo de Juan Perico Ortiz, a quien señaló como “un verdadero honor para Borinquen” y recalcó que “es una de las mejores personas que he conocido en mi vida”. Empezó a escribir esta composición cuando tenía como 8 ó 9 años, basado en sus experiencias en Panamá y Nueva York, pero por ser tan larga nadie en la disquera pensó que tendría el éxito sin precedentes que alcanzó. En tanto, vistosas imágenes en caricaturas de los personajes de esta obra se iban proyectando escena.
El célebre artista evocó la neurálgica época de “Tiburón” y el llamado social de su contenido “anti-imperialistas”. (“No creo en la izquierda tampoco. Por eso espero que Cuba tenga su libertad pronto. No creo en ninguna ideología, yo creo en la gente”, declaró seguido del tema “Ligia Elena” con un solo de trompeta der Willie Torres.
Como preámbulo entonces a tema “Sin Tu Cariño”, rememoró que estando en las Estrellas de Fania, lo escribió en hora y media, mientras se encontraba en un restaurante chino allá por la 54 y 52 de Nueva York, y se la entregó al arreglista y director Louis Ramirez que “es un genio”.
Mientras él público bailaba, gritaba y coreaba, llegó “Decisiones” que, aunque fue prohibida en Panamá, “la gente ponía los discos a to’ volumen”. (“La autoridad no se otorga, no se impone”, señaló).
Acto seguido, continúo su repertorio con una de sus favoritas: “Ojos De Perro Azul”, de Gabriel García Márquez, inspirada en un cuento del año 1950. Según contó, la interpretación iba a ser una colaboración entre el novelista y dramaturgo colombiano y él, pero este rechazó la idea y le dijo: “Hazlo tú”. (“Porque si lo hacemos los dos no vamos a terminarlo. Fue el que más palos recibió de todos los discos incluido en <<Agua De Luna>>”, explicó Rubén para admitir que deseaba que fuera grabada entre ambos, “para presumir»).
Tan pronto concluyó esta pieza, el cantautor salió del escenario por algunos minutos con la excusa de que había ido al baño. Pero de regreso, se produjo el momento más emotivo del espectáculo al llamar al escenario a su hijo Joseph, de 39 años, y de su nieto Olivia.
“No hay nadie que no cometa errores. Lo importante es reconocer el error y continuar para adelante. Uno de los errores que yo cometí fue cuando se me hizo imposible creer que tenía un hijo. Pero lo reconocí y he tenido la suerte de poder corregir eso, así que hoy les quiero presentar a mi hijo Joseph y a mi nieta Olivia”, disparó ante el asombro del público que de ninguna manera lo esperaba, dedicándole a ambos el tema “Amor Y Control”.
De inmediato tocó el turno a “El Padre Antonio” y Rubén continuó con sus cuentos y anécdotas. Igual ocurrió con “Buscando América”, “Todos Vuelven”, – con esta última en la pantalla desfilaban imágenes de grandes exponentes del género tropical – y “El Cantante” que, según el intérprete panameño, “es imposible no hacer este número”, de Héctor Lavoe. Al concluir, todos los músicos se acomodaron en línea para recibir el aplauso de la multitud.
Ya en las postrimerías, Rubén salió del escenario y se ubicó en una tarima cerca sistema de controles de sonido en la parte de atrás de Arena para cantar “Patria”. Los portadores de banderas de Puerto Rico y Panamá se aceraron más a él y cantaron eufóricos el tema que en esta ocasión rendía tributos a nuestra delegación atlética en Río.
“¡La tierra de Mónica Puig!”, había vociferado antes Rubén con admiración y emoción.
Con “Maestra Vida”, la canción que “escribí cuando tenía 32 años y ahora tengo 68”, Rubén se despediría definitivamente, por lo menos en esta noche, del escenario. El público se levantó de sus asientos y muchos corrieron hasta la tarima.
“Yo espero en el futuro poderle servir a Puerto Rico de manera más efectiva. Nunca podré darle las gracias por el efecto que me han demostrado. Tengo gran confianza en ustedes que son un corazón noble. Adelante. Superen la crisis, los quiero mucho. Gracias”, pronunció Rubén Baldes.
Las luces se apagaron, los músicos comenzaron a salir y los instrumentos quedanron mudos. Los fanáticos de pie coreaban débilmente “otra, otra». Pero no hubo el frenesí de la insistencia. Fue como un deja vu, algo extraño, como una confusión. Como cuando se ve partir a un ser querido, como cuando se impone una distancia incierta.
Por Helda Ribera-Chevremont
(Fotos: Teresa Orriola)