Vivir en el Distrito de Columbia mucho ha tenido que ver con la ilusión de que algo está por suceder. Y ante la creencia, la espera. Esperar trenes. Esperar estipendios. Esperar que se nos alarguen los días. Esperar la primavera.
Hace algunas semanas ocurrió. Un día despertamos y no extrañamos el invierno. Se pintaron de brillantez las telas que visten a los transeúntes de la ciudad. Llegaron estampados florales a las faldas y tonalidades pasteles a las corbatas. Caminamos a nuestros trabajos con un aire distinto, desconociendo si alguien declaró el fin del toque de queda que nos impuso el frío o si lo declaramos nosotros porque sí, porque ya era tiempo, porque nos lo exigía la piel.
Y mientras recorro siento cómo aquí a la primavera se le recibe con desespero. Se ajora a la naturaleza o acaso se le subestima. Aún no se habían tornado las copas de los árboles en ramilletes de color cuando se comenzaron a observar jardineros en las los árboles en ramilletes de color cuando se comenzaron a observar jardineros en las esquinas de Capitol Hill. Sembraban con la fe de que alguna respiración confirmara el comienzo de la estación, así fuera con plantas que parecían sospechosas y carentes de vitalidad.
Entonces pienso en que en Puerto Rico no esperamos la primavera con la misma impaciencia. Quizás sea porque su llegada no nos representa libertad. Observo desde la distancia y siento cómo nuestro clima no nos mantiene en cautiverio, cómo nuestra historia nos enseñó a trascender paredes. Y recuerdo que hace cuatro años se habló de un toque de queda en la isla, como si el encierro de veras librara de algo.
La lluvia hace esporádicas apariciones desde que subieron las temperaturas y en ocasiones me descubro esperando a que se detenga. Entonces recuerdo que soy puertorriqueña y que eso de bailar con gotas es cosa familiar y buena receta para el desespero. Mientras decido si agarro una sombrilla rosada, recuerdo que en mi país las esperas más serias no tienen que ver con color sino con ausencias de luz. Y que a esas, las amortiguamos en los parques, en las playas y en las plazas, como creyendo en el aire libre.
Este texto fue originalmente publicado en el blog PResenteDC, espacio creado por participantes del Internado Córdova y Fernós.