14/5/15 – #TBT MELINA León tenía en su hijo Manuel Alejandro Felipez a su primer admirador. El nene de cinco años anunciaba a los cuatro vientos el vínculo que los unía. Manolo tomaba la iniciativa de presentársela a los extraños que más simpatías despertaba en él…al punto de que cuando la popular merenguera visitaba el salón de belleza, el chico se preocupaba por dejar saber a la clientela que ella estaba presente.
Sin embargo, este sistema de promoción surgido del gran amor que le profesaba a su madre tenía un límite de expresión. Porque eran tremendos los celos que sentía por su progenitora y velaba que el cariño que ella le brindaba a él no fuera mayor con los demás.
Viéndolo tan expresivo y juguetón, la intérprete de “Mujeres Liberadas” rememoraba las angustias que aquel 23 de diciembre de 1993 vivió durante su parto de ¡veintidós horas! Entonces, mientras esperaba ansiosa y tremendamente adolorida el momento de la expulsión, las enfermeras disfrutaban de un suculento arroz con gandules “frente a mis narices”, a dos días de celebrar la Navidad.
“Llegado el momento del alumbramiento, él bebé pesó ¡más de diez libras! ¡Casi nada! Era tan grande y estaba tan hinchado que le llamé Mike Tyson. Era la novedad en el nursery del hospital porque hasta alzaba la cabeza. Pero el amor de madre no me cegó. Yo sabía que era feíto. Sin embargo, a los dos meses era la pelota más hermosa que he visto en mi vida. Se puso bello, bello. Papa Dios me lo envió tal cual yo lo había soñado”, contaba la orgullosa y amorosa mamá.
Por Helda Ribera-Chevremont (1993)