ALLÁ en los años setenta, los pocos periodistas especializados en farándula, pensaban que probablemente no existía en el mundo entero gente tan universal, tan ajena a las barreras de fronteras o nacionalidades, como los artistas. En Puerto Rico, por ejemplo, no había en aquel entonces clase profesional alguna dónde existía tan alta proporción de matrimonios mixtos (puertorriqueños y extranjeros).
Yoyo Boing encabezaba la lista, casado con una dominicana. Vilma Carbia unió su destino a un cubano. Otro cubano llevó ante el notario a Sonia Noemí González. También eran cubanos los respectivos esposos de Carol Myles, Marlene Güal y Martita Martínez. Y los cónyuges de Glorivee, Ednita Nazario y Norma Edenhoffer vinieron de Argentina.
Seguía la lista: Yolandita Monge escogió a un uruguayo; Awilda “La Mimosa”, a un dominicano; Nydia Caro, a un español; Marisol Malaret a un norteamericano; Linda Ayala a un español; Laura Ortiz y Zeny Beveraggi tuvieron respectivos matrimonios con mexicanos; y Lucy Boscana a otro hijo de la Madre Patria.
Entre los hombres, Daniel Santos se casó con una venezolana; la entonces novia de Chucho Avellanet era venezolana también. Chucho Viera optó por una estadounidense; y José Reymundí por una peruana.
Charitín, quien era la más destacada artista de nuestro ambiente, siendo extranjera se casó con un puertorriqueño (Elín Ortiz). En esa misma situación se hallaban Blanca Rosa Gil, Nelly Croatto, el Tío Nobel, Aneudi y Chuky (del Conjunto Quisqueya).
Igualmente, Rolando Barral (cubano) estaba casado con una panameña y Lucy Pereda (también cubana) con un argentino.
La lista continuó. Pero con esos ejemplos quedaba demostrado que para los artistas no había ni hay fronteras…ni siquiera en su vida personal. Poco más de tres décanas más tarde, vemos como la globalización y la tecnología siguió aumentando las posibilidades de unir parejas de todas partes del mundo, mezclando culturas, razas, rasgos, religiones y sexo.
Por Helda Ribera-Chevremont
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